Como una lluvia tropical que nunca para de caer, que comienza con una gota, luego otra y otra más, hasta que se convierte en un aguacero incontrolable, que va barriendo con todo, removiendo los estorbos más débiles y empujando las barreras más fuertes hasta barrer con todo, todo lo firme y seguro de esta sociedad… Así somos las anarquistas, gotas de un chaparrón que se avecina. Gotas que parecen desubicadas, que no pertenecen a este clima,
hasta que la tormenta se impone, hasta que las certezas democráticas y el bienestar capitalista se derrumba como una torre de naipes incapaz de sostenerse en base a tantas falsedades por mucho tiempo.
Una sociedad basada en el privilegio, en la injusticia, en la imposición autoritaria, nunca logrará hacerse de bases sólidas con las cuales mantenerse, y tendrá que recurrir, una y otra vez, al exterminio de humanos, como en la pasada dictadura, para mantenerse.
Nosotras, las anarquistas estaremos siempre ahí, para demostrar que todo esto es una farsa, aunque los mediocres y pusilánimes que defienden esta democracia, esta demofarsa nos señalen con el dedo, nos acusen de violentos y desubicados mientras ellos justifican la violencia cotidiana, la de los campos de concentración en las cárceles, de la miseria en los barrios periféricos, la prisión mental de la sociedad consumista fomentada por gobiernantes y capitalistas.
Somos desubicadas porque decimos lo que nadie quiere escuchar: que todo esto es una mierda; que el progresismo es la misma mierda que el neoliberalismo con más plazos para pagar las cuotas de nuestra desgracia; que los objetivos a los que aspiran todos los gobernantes y políticos son tan mediocres que no podemos creer que a nadie se le ocurra la posibilidad de crear un mundo distinto.
No nos importa ser una piedra en un zapato, un palo en la rueda, en la rueda del progreso capitalista.
Sabemos que nuestro discurso molesta, que nuestra actitud incomoda. Incomoda en las marchas y asambleas. Pero alguien tiene que decir ¡Basta! Basta de tanta mediocridad e hipocresía. La sociedad puede y necesita ser de otra manera, y esta mierda democrática no es más que una farsa que beneficia a los grandes capitalistas en contra de nuestras vidas y nuestros bienes naturales.
¿Quién no ha soñado con una vida distinta?
¿Cómo se explican tantos millones y horas de películas de ciencia ficción que nos alejan de esta realidad?
La vida del trabajo y la rutina parece mediocridad, sin embargo, hay un mundo oculto esperando por nosotras, ese mundo que se abre en las sensaciones de un primer beso, en el sexo apasionado con nuestros amantes, en la adrenalina de sentir que seguimos vivas después de un accidente o un momento de tensión inesperada. Cuando los jóvenes de los barrios, los planchas, cortan las calles de los barrios, en Villa García, Santa Catalina o el Marconi, para pasar la noche entera despiertos combatiendo a la policía, se abre una brecha, que nos transporta a otro mundo posible, a otro mundo que solo puede gestarse sobre las ruinas de esta farsa democrática.
¡Que el frío del invierno nos encuentre conspirando y abrigándonos con el fuego de la revuelta!